Energías contrastantes; cuerpos “adultos” dispuestos a dejarse contaminar por los estados de infancia (que no es puerilidad). Niñes, cuya estatura no llega al metro, albergando un flujo de fuerzas que atraviesa la pequeñez de sus cuerpos y, como flechas, sobrepasan sus fronteras.
Sábado 29 de febrero de 2020. Nos reunimos con un grupo de pibes de entre 6 y 8 años. Queremos pescar cómo ven, cómo se vinculan con materiales poco convencionales, o más bien recorrer el tránsito de la percepción niña. Comenzamos mostrando pinturas de Caravaggio y El Bosco. Ellos pintan –mayoritariamente – versiones singulares basadas en la lectura de las sagradas escrituras. Así y todo sus imágenes resultan “profanas”, dislocadas, osadas, extrañas ayer y hoy. Mientras uno trabaja con la carne del dolor, el otro (El Bosco) se interna en la fantasía, la burla y la ironía.
¿Qué pasó entre nosotros, los chicxs y el material?
Poco a poco íbamos exponiendo pinturas y fotos. ¿Qué ven? Curiosamente no rescatan objetos a secas, ni se adhieren a formas fijas, más bien captan un espíritu, una energía, y la hacen bailar en una “historia”. El tríptico del Bosco pintado en el renacimiento temprano pone en escena una narración del tiempo. Los pibes lo vieron. “Me parece que primero va esto, después esto y después esto”, haciendo caso omiso a alguna linealidad temporal y por fuera de alguna pregunta nuestra que los volcara en la cuestión del tiempo. “Esto se transformó en esto” mientras señalaban con el dedo el “orden” arbitrario de las imágenes. Mutaciones del tiempo, la materia, lo orgánico pasado por una lengua simple… esto se transformó en esto…
¿Qué ven? “Para mí…”, y ahí se dispara el torbellino de imágenes enlazadas que no tienen techo. El para mí que uno a uno vociferaban como punto de partida…suena a punto de ver. No es el yo el que habla; es una percepción conjugada entre el “ojo” (que es el alma) y el aura de la imagen. Nunca una cosa que significa, nunca una estabilidad… siempre una máquina de funcionamiento. Las imágenes circulando en una trama… la de dios que viene a destruir, la de la mitología , la de las maestras que enseñan mentiras, la de la sombra que asusta a su portador, la de los brazos en alto pidiendo paren paren. No ven un señor con las manos en alto, ven el grito. Porque ver es escuchar. Donde se observa un cuchillo envuelto, ellos ven su sombra . El ojo no se fija, las imágenes sólo son detonadoras. Raro, raro… un raro que no amilana, un raro que invita a meterse en sus entrañas, la del delirio niño.
¿Maestros? Cosas desparramadas dispuestas por ahí. No cualquier cosa y cualquier cosa. No algo que tiramos con el afán de estimular una actividad plástica. Aquí las cosas (ahora papeles, fotos, hojas, pinturas, lápices) funcionan como las imágenes previas de las fotos y pinturas que no eran más que recursos para conquistar otra materialidad. El ojo y la mano se empalman. El ojo, la mano y la imaginación. Monstruos, seres anfibios, brazos articulables, planetas cuadrados, universos que ocupan todo el papel y ahí en la pequeñez casi invisible la tierra, nuestro país y la casa en la que estamos. Minúsculas formas albergando poblamientos.
Modos de ver de Berger filma en los ’70 el espíritu indómito que traza bifurcaciones frente a las pinturas de Caravaggio. Mirada bífida que en el detalle de una expresión capta lo andrógino. Nosotros en el 2020, sin guión, nos proponemos subirnos a un viaje cuyo destino ignoramos. Vuelvo a Berger, luego al momento del sábado. Los niñes de Berger transitan un tiempo ralentizado; estos niñes en cambio son un huracán de palabras, voces y movimiento.
Lenguaje y cuerpo físico navegan a mil, y sin embargo la sutileza de la mirada funciona ahí, en esa experiencia de los ’70 y en esta otra 50 años después. Tal vez una diferencia… Berger interrumpía o más bien acotaba a los registros de esos pibes alguna pregunta que insertara esas observaciones en los contextos históricos de las pinturas que escandalizaban a la iglesia allá por los siglos XVI y XVII frente a cuerpos indóciles. En nuestro caso, la observación de los pibes, sus registros, activan el frenesí de una imaginación que por lo menos revela el remolino de un tiempo caotizante, proclive no sólo al hiperrealismo sino al devaneo “surrealista” y caprichoso.