Es probable que en el curso de estos últimos años la relación entre las escuelas y las familias se haya convertido en una experiencia indescifrable. Si somos sinceros, la totalidad de lo que sucede en el interior de esas dos instituciones –tan clásicas y tan modernas– se nos ha vuelto un poco incomprensible. Otro tanto parece suceder con la relación entre padres y profesores. Los viejos buenos tiempos de confianza ciega se han transformado en una suerte de experimentación y vigilia permanentes. La hipótesis que vamos a compartir es simple: cuando el desorden encuentra su lugar y el trabajo de las instituciones sobre las almas declina, los vocabularios se muestran incapaces de describir las situaciones imperantes, la experiencia laboral de los docentes resulta agobiante y el deseo más poderoso es el de retirarse prematuramente del campo de batalla.
Estanislao Antelo